El hombre que orbitó Saturno

Hace unos días terminé de leer Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq. Es una buena novela y logré leerla con interés, aunque debí cargar con la desolación del protagonista durante varias noches. 

Mi percepción frente a cada obra no es estática. Normalmente no me esfuerzo por controlar mi subjetividad y dejo que los elementos sensoriales se conjuguen a su antojo. Eufórico, cansado, deprimido, somnoliento u ofuscado, los yoes anímicos se alternan durante cada jornada. Los procesos analíticos que se desarrollan en mi mente tampoco son uniformes. Lo bueno es que el yo brillante vuelve sobre los pasos de los yoes negligentes, tapa todos sus forados y resarce sus injusticias.

El despertar de los pueblos

 Crecí escuchándole esa frase a mi abuela. Entonces lo refería como un inevitable proceso que sobrevendría en las sociedades futuras, después de tanta barbarie, opresión y miseria. Ella, que a lo largo del siglo XX, fue testigo, protagonista y víctima de incontables aprovechamientos, persecuciones y atropellos a la dignidad de las personas más pobres. 

Pues ella ya tiene 86 años y es la última que va quedando de su generación. Hoy ve las noticias y reitera la misma frase, pero en presente. 

Regresa el marxismo


Antonio Gala, el célebre escritor español, afirmó hace pocos días que España estaba gobernada por un grupo de gilipollas que habían actuado de la peor manera parchando hoyos bancarios con el dinero de los trabajadores españoles. Y eso, ante los ojos de los ciudadanos que nada habían hecho para provocar la crisis, era una abierta declaración de guerra.

El escritor uruguayo, Eduardo Galeano, manifestó una desazón similar respecto a la política de pantalones abajo llevada adelante por la mayoría de los gobiernos actuales. 

Más que implementar políticas particulares y necesarias para cada región, sólo se están acatando directrices generalistas emanadas de organismos como el FMI o Goldman Sachs.

El desastre griego y español ha dejado en claro que esta obediencia ciega no garantiza ninguna mejoría en la condición de vida de los grandes grupos humanos, y que sólo sirve para acorazar bancos y entes financieros. La única medida clara que han tomado los gobiernos aproblemados en los últimos meses ha sido fortalecer sus policías antidisturbios.

Hace más de un siglo y medio que Marx investigó las contradicciones internas de los regímenes basados en la propiedad privada de los medios de producción y en el trabajo asalariado. Sin embargo, en gran parte de Occidente todas esas clarificantes reflexiones han sido desde entonces públicamente desdeñadas y sus portadores hasta asesinados por quienes precisamente salían peor parados en esas investigaciones: los grupos capitalistas.

Lo usual, hasta hace muy pocos años, era que las teorías maxistas fuesen invisibilizadas, y en su lugar una troupe de gurúes vagos del capitalismo anduviesen por el mundo vendiendo su versión edulcorada y exitista de un sistema perverso, que en cualquier reflexión histórica seria, sólo podría calificarse como esclavista.

Si hemos de atribuírle una contribución objetiva al predominio capitalista de las últimas décadas, es que nunca en la historia se acrecentó tanto la desigualdad social. No hay indicios de que alguna vez un pequeño grupo se apropiara de todo lo existente y redujera al resto a una condición precaria y servil.

El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, manifestó hace poco que "el consenso de Washington (la receta que incluía privatizaciones, apertura externa y desregulación generalizada) no funcionó ni siquiera en Washington".

Slavoj Zizek, un filósofo esloveno neomarxista, ha reiterado que los consensos políticos en torno a las políticas económicas son una farsa de circo cruel que siempre favorecerá a los grupos económicos empoderados. Los intereses en juego son simplemente antagónicos. No son posibles las medianías. O son los unos o son los otros.

El problema es que ni siquiera es posible anteponer el sistema chino para contradecir al capitalismo, por cuanto el partido único chino priorizó una oportunista voltereta hacia el capitalismo salvaje con tal seguir aferrado al poder. Hoy, su perpetuación como gobierno depende exclusivamente del férreo control que sigan haciendo del ejército chino. Pero el comunismo marxista propiamente tal, no llegó a asomar ni la nariz por la muralla china.

No podemos dejar de considerar que quizá las formas de asociación igualitaria entre los seres humanos son sencillamente inviables, imposibles, por cuánto la condición humana, muy proclive al egoísmo, se desenvuelve mejor en sociedades injustas como las que genera el capitalismo. Recuerdo que Philip Roth puso en boca de un sargento veterano esta teoría, en su novela Me casé con un comunista

Por otro lado, en cada forma de gobierno que ha existido durante el último siglo, sea considerado socialdemócrata, socialista, demócrata liberal, demócrata cristiano, popular democrático o la cacha de la espada, siempre los grupos adheridos al poder se han oligarquizado, pasando a conformar nuevas castas privilegiadas (recreando una forma de mundo capitalista puertas adentro)

Hoy vemos que las formas de populismo con que los grupos políticos intentan acceder al poder o conservarlo, están mutando, reajustándose a las demandas callejeras, ofreciendo sonrisas de apaciguamiento, porque los desbordes sociales se acrecientan, los enrostres de los ciudadanos indignados hacia la inoperancia política y la dictadura mundial de la banca, están saliéndose de control. Los gobiernos, al menos hasta este agosto tardío del 2012, siguen con el culo a dos manos sin saber qué rumbo tomar.

Tiempo de cabezas calientes


Vivimos una época en que si abres la boca todo lo que digas puede ser usado en tu contra. Hablar algo públicamente involucra dañar la sensibilidad de más de algún cabeza caliente que en cualquier momento y lugar puede romperte la cabeza a ti y a toda tu familia.

Imagen: Joseph Kilrain, The Heads of Society.

Secta de hormigas

 Apenas abrí la puerta de la cocina me percaté que habían llegado algunas hormigas. De verdad las extrañaba pues me había acostumbrado a recibir a estas simpáticas huéspedes durante los meses veraniegos. Sin embargo, desde hace dos años no habían vuelto.

 Las recibí con una mirada de afecto. Les dejé el azucarero rebosante y aromaticé con miel el paso del cortejo. Eran pocas. No repararon en el azúcar ni en la miel. Ni siquiera en un recipiente con uvas remaduras que traje desde un viejo parrón.

La ventana de Neruda


 Escasas semanas habían pasado desde el inicio de nuestra carrera de Literatura en la Universidad Metropolitana. Abril de 1991 se abría paso con sus brisas otoñales y su acumulación de nubes.

Éramos cincuenta jovenzuelos desharrapados, algo pedantes y desorientados. Nos empezábamos a conocer, nos tanteábamos, sopesábamos nuestro aguante ante las bromas, nuestro nivel cultural, nuestros conocimientos literarios y filosóficos, nuestra experticia con el sexo opuesto, nuestra fortaleza ante el alcohol y la marihuana. Se formaban grupos de parecidos, pero nadie se cerraba al resto. Era un buen curso.

Nuestro primer viaje de estudio (y hasta donde recuerdo, el único) fue a la Casa Museo de Pablo Neruda, en Isla Negra. Para mí, que era un campesino recién llegado a Santiago, era como asistir al mismo Manhattan.

Aquel día llegamos bien temprano hasta el garage de la universidad y nos instalamos en un bus bastante destartalado. De todas formas, no era esperable algo más lujoso en una universidad pedagógica. Me senté junto a Claudio Rodríguez, el mismo que hoy sigue siendo mi gran amigo y un escritor de primera categoría. A los 18 años aún no se nos quitaba lo atolondrado, por lo que no parábamos de sorprendernos ante el comportamiento más osado de nuestros compañeros drogadictos y alcohólicos que se sentaron al fondo del bus. Antes de que el bus partiera ya se habían despachado unas cuantas botellas, pero no fue hasta abandonar Cerrillos en que el bus empezó a humear por todos sus costados con la combustión de la marihuana.

Al llegar a Talagante, el chofer, que era el único adulto que nos acompañaba, detuvo el bus y con voz firme nos amenazó con entregarnos a todos a la policía y volver solo a Santiago. Los enfiestados del fondo prometieron comportarse mejor y abandonar momentáneamente la chacota. Para nosotros, que ya nos sentíamos unos escritores, aquel incidente fue como saborear un postre de lúcuma.

A medida que el bus avanzaba hacia la costa, nos largamos a cantar a todo pulmón las melodías de moda del grupo Sexual Democracia... "Profanador de cunasss..., y luego "Vivan los bomberos..."

Fue el momento en que la policía detuvo al bus y empezó a inspeccionar la mercancía humana a bordo. Varios de nuestros compañeros ya estaban suficientemente borrachos y drogados, y no tardaron en empezar a burlarse de los policías. "Vivan los bomberos...vivan los bomberos...que apagan el fuego..." No era una canción de protesta, pero estaban tan borrachos que seguramente era la única que recordaban para hostilizar a los policías. La cosa es que se cursó la infracción, aunque el motivo exacto no lo recuerdo.

El chofer siguió manejando con brusquedad hacia nuestro objetivo, sin dejar de maldecirnos y mascullar su rabia.

Llegamos por fin a Isla Negra. El frescor del bosque de pinos que antecede a la casa de Neruda nos anduvo espabilando. A algunos les hizo mal y los obligó a alejarse unos metros para vomitar. Más recompuestos, bajamos hasta la Casa Museo. Una bella vista ante un roquerío azotado por olas violentas. Afuera de la casa, un campanil de madera, un barquito en el aire y una máquina de vapor. Y adentro, el sueño dorado de los coleccionistas y de los amantes de Neruda. Mascarones de proa rescatados de buques hundidos, máscaras africanas, caracolas gigantes, arpilleras, brújulas, flechas, tótemes, botellas rarísimas, peces de ciencia ficción embalsamados, libros y objetos y más objetos y más objetos, hasta llegar a la habitación personal del Premio Nobel, donde seguía intacta su cama estirada, cubierta por su colcha predilecta. A un costado, sus pantuflas, en la posición exacta que las dejó la última vez que las utilizó.

Junto a Claudio y unas compañeras, nos quedamos mirando en silencio por la amplia ventana desde donde el poeta contemplaba el paso de los barcos y las estaciones.

Regresamos contentos. Fue un buen viaje, pese a que apestábamos a marihuana prensada.

El terremoto de los libros

Parte I

La costumbre de pedir libros en bibliotecas públicas la he tenido desde hace décadas y no la he abandonado al mudarme de una ciudad a otra. No es que en mi casa no tenga libros, pero siempre es atractivo encontrarse con miles de títulos que nunca se podrían comprar ni menos encontrar en el comercio.

Hurgando en los rincones ocultos de las bibliotecas públicas se pueden encontrar ediciones añosas nunca reeditadas, libros que en setenta, ochenta o cien años nadie ha pedido, hojas secas de árbol ocultas con mensajes de amor, amarillentos boletos de autobús de décadas pasadas, páginas dobladas por algún lector encantado que nunca regresó a estirarlas, panfletos políticos, diatribas groseras, párrafos encerrados en círculos de grafito, cientos de libros vírgenes y palabras y más palabras a las que alguien le intentó dar un sentido en algún momento del pasado.

De esta forma conocí a tantos autores que ni siquiera me habían recomendado. Llegué a distintos libros por azar o por el sonido atractivo del nombre de la obra o del autor. Vagué tardes de verano, de otoño, de invierno y primavera por la crujiente biblioteca de San Carlos (que luego se quemó con todo su tesoro), por la fría biblioteca de la Escuela México de Chillán (donde al subir los escalones uno podía admirar los murales originales de Siqueiros) y por la gigantesca biblioteca nacional de Santiago con sus millones de volúmenes resguardados en las catacumbas, sus duros asientos de roble y su centenar de bibliotecarios adustos. Viví en las bibliotecas casi más tiempo del que viví junto a mis amigos, junto a mi familia, junto a mis enamoradas. No podía resistirme a la tentación de deslizarme a la tierra de los poetas simbolistas, hacia el universo de Nabokov, de Henry Miller, de García Márquez y Alejo Carpentier. Las horas eran segundos y los días, leves pestañeos de luz.

Así pasaron los años, me transformé en historiador y llegué a trabajar al puerto de San Antonio en el centro de Chile. Un lugar de pescadores empobrecidos, obreros mal pagados y muchos desempleados. Mis alumnos tenían tantos problemas personales que desplegar hacia ellos un currículo tradicional habría sido un despropósito. Antes que aprenderse la constitución política, los héroes patrios o los límites geográficos de Chile, necesitaban palabras de aliento, un palmoteo en la espalda e historias atractivas que alimentaran su autoconfianza, que levantaran su autoestima que hasta entonces la tenían por los suelos. Hablarles de libros era como hablarles de una galaxia no descubierta, así que la forma de interesarlos en ellos fue muy lenta. Empecé narrándoles mi historia preferida: El Capote, de Gogol. Una historia dura, desoladora, pero muy atractiva. Luego proseguí contándoles los pormenores de La dama del perrito, de Chéjov. Los jóvenes, en su mayoría, quedaron maravillados y de a poco empezaron a percibir que esas bellas y profundas historias habían estado desde siempre guardadas en las odiadas bibliotecas, que hasta mi llegada a cada uno de los colegios en que trabajé eran sólo lugares de castigo. Algunos empezaron a echarle ojeadas a sus menguadas bibliotecas caseras y no fueron pocos los que se hicieron socios de la biblioteca pública de San Antonio. Más tarde me encontraría reiteradamente con varios de ellos y compartiríamos hasta el mismo mesón durante mis largas estadías en ese lugar.

Era un lugar poco atractivo. Tablas podridas, pintura raída, el piso plagado de hoyos y los libros mal catalogados. Era muy común encontrar una cumbre japonesa en Sociología o a Nietzsche en Best Seller. Las cinco o seis mujeres encargadas tenían mal carácter y se exasperaban ante cualquier consulta prefiriendo proseguir con sus cuchicheos y charlas interminables en torno a un café. No quedaba más que entrar silenciosamente y buscar las cosas por uno mismo. Así empecé a descubrir las miles de maravillas que había en ese lugar. Me hice socio y pedía hasta cinco libros semanales. Tantas buenas lecturas me llevaron irremediablemente a encariñarme con el tesoro libresco de esa biblioteca y a considerarla como mi nuevo segundo hogar, como el sitio desde donde alimentaba parte de mi alma.

Pasaron semanas, meses y años. Muchos libros recobraron vida ante mis ojos. Recorrí cada estantería cientos de veces hasta aprenderme los defectos de la catalogación en todos sus detalles. Así fue como llegó el fatídico 27 de febrero de 2010. Aquella madrugada la tierra se sacudió con tal fuerza en Chile que nada volvió a ser como antes. En mi poder tenía dos libros pedidos en la biblioteca y que ya había terminado de leer. Intenté devolverlos dos veces en los días siguientes pero no había nadie y todo lo que se veía desde afuera era un completo desastre.

Parte II

Hoy, por tercera vez, intenté devolver los libros que pedí antes del terremoto en la biblioteca pública de San Antonio. Seguía cerrada y desierta. Limpié otra vez el polvillo de los vidrios y me asomé a mirar si algo había sido reparado, pero el desastre seguía exactamente igual. Una cadena montañosa de libros se extendía de punta a punta de la biblioteca. Aparentemente nadie había vuelto a entrar allí tras el sismo. La mayoría de las estanterías seguían rotas o ladeadas, el cielo tenía fracturas y hundimientos y los computadores estaban estrellados en el piso. Al fondo, el museo de San Antonio no parecía haber corrido mejor suerte. Sin embargo, el gran esqueleto de ballena azul que da la bienvenida a los visitantes no se apreciaba dañado desde la distancia. Repasé mentalmente los cientos de delicados artefactos de las culturas Bato y Llolleo resguardados en cubos de vidrio, los jarrones diaguitas y las tinajillas mapuches, las flechas picunches y las piedrecillas ornamentales, pensé en el millar de animales perfectamente disecados, los cormoranes, pingüinos, lechuzas, pudúes, la enorme tortuga Laúd y los tiburones en formol, y el panorama que se me presentó ante mis ojos fue desalentador. Al costado izquierdo, el hospital de animales salvajes rescatados parecía aún resguardar vida en su interior, pero no vi personas.

Volví la mirada a lo que había tras el vidrio de la biblioteca y recordé el antiguo orden de los libros. Sin duda que literatura hispánica y chilena habían quedado bien abajo, aplastadas por todo el resto de los libros y los escombros. Sobre ellas debían estar literatura inglesa, italiana, francesa y alemana. Un poco más allá, un cerro de música, historia, biología y best seller. La montaña más grande correspondía a filosofía y su cumbre estaba coronada por física, mecánica y matemáticas. La base de la montaña más cercana debía empezar por autoayuda y sociología, aplastados bajo el peso de la cumbre literaria norteamericana y japonesa. Los gruesos volúmenes de referencia casi no habían sido movidos desde el fondo. Poesía estaba por todos lados, dispersa, pues el poco peso de sus ediciones les había permitido volar con el cataclismo. Me pregunté dónde podían estar los pesados Cantos de Ezra Pound.

Tras una silenciosa espera de diez minutos nadie apareció y retorné a casa con “Boy”, de Roald Dahl y “El Palacio de la Luna”, de Paul Auster. Los mantendré obligadamente en mi poder y releeré algunos buenos párrafos hasta que algún funcionario público dé señales de vida.


Imagen: Bernard Scholl


Saltando sobre las piedras

Salto piedras en medio de un río torrentoso. Es difícil no resbalar. Caerse involucraría una nueva demora o quizás el fin. Puedo sortearlas. Lo he hecho tantas veces. Pero esta vez la otra orilla parece estar más lejos. El río avanza caudaloso y numerosas piedras se han sumergido.

El sueño es recurrente, y de verdad he debido sortear ríos muchas veces. Pero esta vez temo no llegar a la otra orilla, ni durmiendo ni despierto.

Es una fresca mañana en la cordillera de los Andes. Voy por un café y de paso abro la puerta para que ingrese el aire matinal de las montañas. Llegan aromas de flores y frutas y del pelaje de los animales mojados con rocío.

Submarineando


Habitualmente, sólo consigo maniobrar los buques de mi vida cuando ya han naufragado y están tocando fondo. A partir de ahí, nada sale a la superficie, sino apenas submarinean en un mar inhóspito, donde las brújulas carecen de sentido y los peces burlones se matan de la risa.

Criminólogos y criminales


De entre las últimas generaciones de estudiantes secundarios que contribuí a formar académicamente, me llamaba la atención la cantidad de muchachos que habían decidido estudiar criminología. Era una carrera nueva que empezaron a abrir la mayoría de las universidades privadas, institutos e incluso un quinteto de universidades estatales. 

Como orientador vocacional, me resultaba extraña esa fiebre, y sobretodo me ponía en la disyuntiva si desaconsejar o no tamaña decisión. Y era fundamentalmente porque no existían precedentes sobre la carrera misma ni sobre la ocupación de sus futuros egresados.

Café Venus II

Un cachuchazo a mansalva, rotundo y noqueador, fue lo único que recibió Tito Cartagena cuando le intentó tironear una teta a la puta estrella del Café Venus II.

Toque compadre, agárrela, me decía Tito con tono pedagógico antes de que le sucediera lo que le sucedió. Intenté hacerle caso pero la puta rechazó mi tierna caricia con un manotazo.

El Café Venus II es un antro de mala muerte que subsiste en calle Manuel Montt, a un costado de la confitería Marycarla, en el corazón de este vertedero humano llamado San Antonio.

Un pequeño y luminoso letrero incita a los desprevenidos transeúntes a ascender por una oscura escalera a beber un café bien caliente.

Ya arriba nos encontramos con dos esmirriadas putillas envueltas en diminutos calzones fosforescentes bien metidos en sus culos chupados y una puta gigante con cara de niña a la que los calzones le quedan chicos dejando a la intemperie la parte superior de su rajilla. Una de ellas se nos acerca y nos saluda de beso en la mejilla, no es tan fea pero carga con un abdomen caído y las marcas de un par de cesáreas. ¿Qué van a pedir?, nos pregunta. Tráenos café, le respondemos. La putilla se ríe con ganas ante nuestra turbación. Aquí no vendemos café, sólo tragos. Mejor les traigo la cartilla. Leemos lo que hay y no podemos evitar fruncir las cejas. Los tragos son malos y caros. Tráete un vino tinto, le ordenamos. La puta se aleja a buscar un Santa Carolina de una estrella, a $4.600. Una basura casi intragable, pero es lo único que hay. Ya chiquillos, la Yocelyn, la que está sentada en el mesón va a hacer un show, pero tienen que ponerse con luca. Le pasamos $1.000 cada uno y mientras esperamos brindamos con esa porquería de vino. En el otro costado, una decena de pescadores intentan entretener otra puta, pero esta se muestra algo exasperada por la evidente pobreza de los clientes. Al cabo de un rato de lenta recolección de lucas, se dirige hasta una puerta lateral donde se encierra por largos minutos. Con Tito seguimos bebiendo de esa mierda, aunque a ratos se me distrae y se embarca en una discusión con los pescadores que no alcanzo a entender por la música tan alta.

De pronto las luces se apagan, la música se torna ensordecedora con un tema de Chayanne y de entre la penumbra emerge una hembra gigante disfrazada de oficial rusa que camina hasta el centro del escenario y se empieza a contornear ante los aplausos y chiflidos de los varones. Las canciones de moda se suceden y la putona se desviste poco a poco, afloran firmes tetas, caderas algo estrechas, un culo tableado y una enorme zorra mohicana que es restregada en las narices de los pescadores. Cada tanto se acerca a Tito y le baila tan cerca que se siente el hedor de su crema corporal, pero Tito, imperturbable, no emite gesto alguno, hasta que la muchacha, ya completamente desnuda, se recuesta en el piso y ejecuta movimientos de fornicación, se acaricia las tetas y se mete los dedos en la zorra y en el culo, y luego se autobrinda unas nalgadas, tras lo cual vuelve donde Tito que ha transmutado su rostro al de un sicótico sexual y le intenta agarrar una teta para recibir de respuesta el cachuchazo noqueador antes descrito.

Tito masculla enrabiado una frase que intento reproducir: “maraca chuchesumadre, qué se ha creído, pegarme a mí, a un descendiente de conquistadores…”

Artistas del asesinato político


Releo "Fouché" bajo los azules neblinosos de abril. No ha llovido desde noviembre y la escasa hierba que persiste arropa el valle de amarillos y marrones. Alterno la lectura con comentarios en mi cuaderno de notas. Hago referencias a Condorcet, a Hébert, a Büchner (que no tiene que ver con el tema, pero que se me viene a la cabeza para crear un relato posterior). En realidad buscaba erróneamente a Buechner y “Der Hessische Landbote”, pero el buscador me recondujo afortunadamente a Büchner. En los próximos días abordaré el pesimismo de ese dramaturgo que murió a los 24 años, así como su inconclusa Woyzeck, interpretada magistralmente por Kinski en la película de Herzog.

Busco paralelamente al extremista Choumette y al tartamudo Desmoulins, que igual se las arreglaba para arengar impetuosamente a las masas francesas. Este último detalle me da la idea de un nuevo relato donde imagino los pormenores de esas accidentadas arengas. La lectura de Fouché me abre puertas anexas. Una de ellas es la que muestra el lado literario de casi todos los revolucionarios de entonces. Sorprende apreciar la ternura de los poemas de personajes que luego, arrastrados por las circunstancias, se convirtieron en artistas del asesinato político.

La historia posterior los trajo en masa a cumplir con su doble especialización: el verso y la guillotina; la metáfora y el gulag; la rima y la cámara de gas. 

Agitador literario


Hará veinte años escribí numerosos artículos sobre teorización literaria (no teoría literaria, pues mis elucubraciones partían de mi propia arbitrariedad apreciativa).

Estos artículos incluían el análisis de obras de escritores conocidos y poco conocidos, chilenos y latinoamericanos, que a mi juicio intentaban avanzar por un camino excesivamente ripiado o pantanoso.  Explicité allí mi exasperación con la poesía erótica, casi siempre idéntica una a la otra (había excepciones, escasas, y las dejé de manifiesto) También aventé por la ventana toda la creación patriotera, nacionalista, costumbrista, tradicionalista, utilitaria, politiquera, de autoayuda  o guiada por una escuela literaria. Fui bastante rudo, lo reconozco.  Desde entonces me gané el mote de “agitador literario”, de “crítico resentido”y de “saco de huevas”.

Luego me puse excesivamente sentimental y hasta culposo por haberle intentado socavar el piso creativo a muchos creadores que nada malo me habían hecho. Me sobrevino el funesto síndrome de la tolerancia democrática, de que todos tenemos igualitario derecho a escribir y a publicar lo que se nos de la gana y que es papel de los lectores el escrutinio final de una obra.

Sin embargo, esta contención democrática dejó igualmente farfullando mi intolerancia. No me opongo a que otros publiquen, sino a que se publique tanta basura. Al menos permítaseme altoparlantear mi conciencia ecologista, el absurdo asesinato en serie de árboles cuyos antepasados confirieron inmortalidad a Tolstoi o Faulkner. 

Hay personas adineradas, o arribistas, que tienen facilidad para publicar en papel de alta calidad, con ostentosos lanzamientos y cientos de invitados que van a expeler su fetidez alcohólica de burgueses urbanos. La publicación será un suceso mediático que servirá para que cada uno de los invitados muestre sus plumas y exponga con gran impostación los recuerdos de los resúmenes que han leído últimamente. Se comprarán algunos ejemplares autografiados por el autor y se escribirá alguna reseña en los pasquines de la izquierda exquisita, o al menos se mencionará en los acápites culturales de la prensa oligarca. Luego sólo acumular polvo para la posteridad. Nada de eso significa que lo que se ha publicado tenga algún mérito literario específico. En principio sólo ha sido un breve carnaval de vanidad y ostentación.

Existen otras personas que caminan desde pequeños cuesta arriba, con todo en contra, siempre sobreviviendo, y a quienes la inquietud literaria les llega de no se dónde, y que también empiezan a escribir. Es el escritor espontáneo, quizá el más genuino, el que nunca tuvo el tiempo para el ocio de un taller literario, y si lo tuvo, probablemente llegó tarde a cada reunión, y muy cansado, a veces ebrio, y no se pudo concentrar (porque pensaba en como cogerse a la escritora morocha sentada al lado o en las cuentas que no había pagado o en el frío o en el probable asalto que le deparaba en su largo regreso a casa) y en muchas ocasiones hasta se quedó dormido. Es el que nunca ha publicado o lo ha hecho en papel de cartón, y a su lanzamiento sólo asistió su abuelita y un par de perros vagos apostados en la puerta. Es el que ha leído poco, pero bien leído, y aunque maldice a la vida por no tener tiempo para leer mucho más, igualmente puede deletrear mejor que nadie el sentido luminoso de cada sol.

Hornero. El primer constructor


Mi teoría es simple. El hornero fue el primer constructor de este planeta. Pero como no tenía una inmobiliaria con múltiples profesionales encargándose de cada área, tuvo que desempeñarse además como arquitecto, ingeniero, proveedor de materiales de construcción, albañil y fiscalizador de la calidad de la obra. Afortunadamente, contó desde siempre con el apoyo fiel, decidido e igualitario de su esposa, la señora hornera.

Teniendo en cuenta los años que se requieren para un salto evolutivo, podemos deducir que el hornero ejecuta esta acción desde hace al menos cientos de miles de años, lo que deja fuera de toda competencia al hombre, que recién arrimó sus primeros palos y piedras hace alrededor de 30 mil años.

Impresiona contemplar la perfección aerodinámica de sus hogares, con una puerta hacia la derecha que evita el impacto del viento principal, y que conduce por un pasillo al lecho nupcial y habitación de los futuros pichones. Construyen en altura, mirando el vacío (lo que les agrega una dificultad extra a sus laboriosas jornadas) sobre troncos firmes. Algunos horneros, más modernos, construyen sobre los postes de luz. 

Sólo los ocupan una vez. Al año siguiente construyen otro hogar, y el anterior lo dejan para los pájaros vagos. Lo que hacen es, en definitiva, una de las más perfectas obras de arte de la naturaleza, algo que en el terreno humano sólo pudo equiparar Antonio Gaudí.

Pelliscándole la uva a Michelle Bachelet


El gobierno de Sebastián Piñera se apresuró en reconocer el triunfo de Nicolás Maduro y enviarle las felicitaciones correspondientes. Días atrás, el propio Piñera se apersonó en el velatorio de Chávez para montar guardia junto al féretro. 

Estas actuaciones distan mucho de los decires de la gente del gobierno que no desaprovecha oportunidad para condenar la "dictadura con rasgos estalinistas" implantada en Venezuela por el chavismo. La misma prensa que apoya a Piñera, la de los grandes empresarios, ha usado sus principales portadas de las últimas semanas para atacar a Maduro y deslegitimar los logros de la revolución bolivariana.

Sumando formas de pensar y escribir

A lo largo de mi vida me he nutrido de literatura e información proveniente de variados países. Incluyo las traducciones. Los modismos de los países de habla hispana y anglosajona se me han ido adosando, de manera casi inconsciente, a mi propia forma de escribir y pensar.

Mi acento chileno escasamente se distingue en mis letras. No lo escabullo, no lo escondo, pero traspasarlo a las letras de manera intencionada me parece artificioso.

Diría que todo va sumando. Nuestras costumbres no son muy diferentes a otras costumbres. Nuestra forma de convivir, celebrar los días y arreglar nuestras diferencias tampoco son muy distintos. Los matices se traslucen en el camino, porque al fin y al cabo, lo que importa es transcribir la esencia de nuestra época, y eso se suele desglosar a través del conjunto de una vida creativa.

Sobre el amor libre y la propiedad del otro


Hombres y mujeres suelen aceptar sin remilgos ni cuestionamientos una forma de convivencia basada en la propiedad del otro. El hombre se apropia de la mujer (y de otras mujeres si puede lograrlo), y la mujer se apropia de su hombre, que ella siente como su compañero y fecundador (aunque no desdeñe a eventuales amantes en la oscuridad)

Ninguno de los dos es naturalmente monogámico, pero han establecido un acuerdo cultural (habitualmente inconscientes de que es un mero acuerdo cultural) para caminar juntos el resto de sus vidas. El sentido de propiedad del otro los torna fieros, recelosos y egoístas. Los inevitables deslices amorosos o meros roces o incluso detalles insignificantes que conlleva la rutina en sociedad, zahieren el sentido de propiedad desatando verdaderas tormentas en medio de la convivencia.

Caído del catre

No sé quien se lo sugirió, o si fue uno más de sus típicos impulsos caídos del catre (*).

Recuerdo que casi me atoré con mi café el día que encendí el televisor y vi a nuestro magnate-presidente haciendo guardia junto al féretro de Chávez.

Si he de pensar mal, esa situación demostró que Piñera no le hace asco a ninguna posibilidad, si de ello dependen sus futuros negocios, porque ya se le acaba la presidencia, y ni siquiera necesitaba congraciarse con una izquierda chilena dura que nunca votará por él ni por su coalición. Y salvo esa izquierda dura, el resto de los chilenos sigue al pie de la letra los designios de la prensa conservadora y odia a Chávez, al chavismo, a Maduro y a toda esa estela de atorrantes y agrandados rojos.

Una llamada tardía

Tu padre quiere hablar contigo, me dijo al teléfono tía Eugenia. El no te puede oír así que sólo escúchalo.

Era la primera vez en mis 28 años que escuchaba la voz de mi padre. Tenía una textura metálica, accidentada, algo torpe, como quien no halla qué decir pese a tener buenas intenciones. Las palabras caían en mis oídos como sonidos cercanos pero sin significado.

Dos meses antes él se había enterado de mi existencia a través de una carta que le hice llegar. Ubicarlo no fue problema, pues era la única dirección telefónica en Chile que empezaba con el apellido que mi madre tardó tanto tiempo en revelarme.

Tras leer la carta se le vio turbado, ensimismado, sin saber cómo salir del paso, hasta que le contó los lejanos pormenores a su familia. Su esposa e hijos se enfurecieron y dejaron de hablarle.

Mi padre, sordo desde los 35 años a raíz de una meningitis mal cuidada, había intentado reiniciar su vida familiar y laboral trabajando de cartero en la fría Punta Arenas. El otrora talentoso químico, el literato, la incipiente gloria de las letras, el padre intelectual, protector, consejero, junto a todas esas grandes expectativas que iluminan la ruta de un hombre joven habían quedado enterradas tras esa enfermedad. De ahí en adelante se convirtieron en meros recuerdos silenciosos que de tanto ser repetidos, o idealizados, perdían su distancia, perdían su sentido, se banalizaban, y no podía asegurarse que hubiesen sido alguna vez reales.

Mi padre intentó exculparse por no haber sabido nada. Dijo haber buscado a mi madre luego de la última despedida, pero que la casa en que ella vivía se había incendiado y nunca más pudo encontrarla. Me habló sobre su vida posterior, sobre sus hijos, sus primeras publicaciones, la mala salud de su madre y sobre su padre que había muerto cuatro meses antes. Me deseó buena suerte en la vida y un gran porvenir para mis hijos. Luego se despidió y colgó el teléfono sin que yo pudiera decirle nada.

Neruda asesinado


En mi hogar de infancia la versión siempre fue la misma. Neruda murió de tristeza. No había soportado el drama que trajo consigo el golpe de Estado.  

Entonces yo era muy pequeño, pero igual me las arreglé para averiguar los pormenores de sus últimos días. La prensa chilena estaba fuertemente amordazada, no llegaba prensa extranjera y los libros que se consideraban amigables con el gobierno derrocado se habían quemado en grandes piras públicas.  

Pero quedó una ventana abierta a la información. Una ventana que los milicos no pudieron controlar, y esa fue Radio Moscú, que a través de su onda corta lograba llegar a todos los rincones de Chile. Gracias a esas transmisiones que sintonicé en una vieja radio medio desarmada, pude enterarme  de la situación real del país y de la suerte de los exiliados.

 Los exiliados chilenos que se habían refugiado en la Unión Soviética, Suecia o Alemania Democrática, lograron articular su discurso denunciante y condenatorio a través de ese medio.

Cada noche, apenas oscurecía, sintonizaba la emisora y escuchaba esas voces con marcado timbre ruso. La señal radial iba y venía hasta un punto en que a veces me perdía lo que creía más importante y me terminaba fastifiando. Escuchaba escondido, a veces ni siquiera le decía a mi madre, porque ella y todos los adultos tenían miedo. Y su miedo se acrecentaba por lo que se nos pudiera salir a nosotros en el colegio. Pero entonces no abrí la boca, y fue sólo para no causarles problemas.

Así, a través de esa radio, me enteré de las persecuciones, de los miles de muertos, de los cadáveres que flotaban en el Mapocho, del asesinato cruel de Víctor Jara, de las torturas sistemáticas en el Estadio Nacional, de la gente que iba desapareciendo y del profundo pesar por la muerte del que se consideraba el otro gran líder de la izquierda chilena, Pablo Neruda.

Sin embargo, entre esos ex jerarcas chilenos, locutores rusos, analistas internacionales o exiliados de menor rango, no recuerdo haber escuchado la versión del asesinato de Neruda. Hasta donde recuerdo, ni siquiera se planteó. 

Pasaron los años y los milicos golpistas impusieron su versión oficial. Neruda, nuestro segundo Premio Nobel de Literatura, murió por complicaciones propias de su enfermedad. Eso se nos enseñaba en el colegio,  junto a  los poemas más insípidos de Neruda que ocupaban páginas centrales en los textos escolares. Porque, aunque hubiese sido un equivocado comunista, había recibido el Premio Nobel, y los milicos no podían borrar su memoria con meros decretos e intimidaciones. Así que se propagaron sus Odas Elementales. Sus odas a la cebolla, al ajo, al día feliz, al mar o al caldillo de congrio, debíamos aprenderlas de memoria y recitarlas junto a ciertos poemas de Gabriela Mistral, elegidos con el mismo criterio.

Muchos años más tarde, y ya con cuatro gobiernos teóricamente democráticos que pudieron haber hecho algo por dilucidar la verdad (pero que no lo hicieron) empezó a renacer con fuerza una vieja versión sobre el fin de Neruda. Emanaba de su más cercano ayudante, su propio chofer y amigo, Manuel Araya. Su versión parecía coherente. A Neruda lo asesinaron. Los milicos no podían permitir que saliera del país y encabezara una resistencia a gran escala contra el régimen golpista. 

Poco antes del fin, Neruda le confidenció a su chofer que un médico sospechoso ingresó a la sala de la Clínica Santa María, donde el poeta aguardaba antes de partir a exiliarse en México,  y le pinchó el abdomen. Luego desapareció. 

A partir de ese momento Neruda se empezó a sentir muy mal, hasta que a las pocas horas se comunicó oficialmente su fallecimiento. En el intertanto, al chofer lo detuvieron unos policías de civil,  lo golpearon con saña y sólo supo que Neruda había fallecido cuando el propio cardenal Raúl Silva Henríquez fue a visitarlo a la cárcel.

El mismo día que murió Margaret Thahtcher, se exhumaron los restos del poeta. Hoy se está a la espera de que los análisis corroboren o desmientan la versión del chofer de Neruda.

***

La tercera semana de febrero de 2023, a casi diez años de escribir el texto de más arriba, surgen algunos resultados de la investigación forense. Estas confirman que en el cuerpo de Pablo Neruda al momento de su muerte había rastros de Clostridium botulinum, una bacteria que una vez inoculada en el organismo humano provoca severos daños en el sistema nervioso. El microorganismo, que potencialmente puede ser utilizado como arma biológica, libera una toxina que puede ser letal en pequeñas cantidades. 

Este dato es trivializado por gran parte de la clase política chilena, y los grandes medios hegemónicos. Como si ya no importara el asesinato de un Nobel literario, o más bien considerasen que se trató de un mero accidente, una excusable desprolijidad. La cosa es echar rápidamente un candado. Banalizar. No darle tribuna a ninguna preocupación anexa que pueda empañar su permanente festín de clase. 

Sin embargo, al menos para este escriba, el tufillo a magnicidio resulta evidente. El contexto demandaba apagar cuanto antes a la voz disidente más universal que tenía Chile en ese momento. Dejarlo salir del país con vida hubiese sido uno de los más grandes dolores de cabeza para la dictadura que recién empezaba su trajín sangriento.

Margaret Thatcher, genocida de la dignidad humana

Los hechos son tan recientes que debieran seguir marcados a fuego en la memoria de las últimas generaciones. Margaret Thatcher encabezó la restauración conservadora de su imperio, la recuperación precipitada de todos los privilegios de su clase propietaria. Y para ello no tuvo escrúpulos en pisotear a los trabajadores. Recordar la cantidad de huelgas que afrontó su gobierno, los despidos, los apaleos policiales, el empobrecimiento de grandes sectores de la población o el exterminio del Estado protector mediante flexibilizaciones laborales y desregulaciones al sector financiero, casi ni viene a cuento. Está en todos los manuales.

La historia crítica ya percibe ese período como una mancha abyecta en la historia de la humanidad. Ella, junto a otros de su generación, fueron claros genocidas de la dignidad humana.

Llamar a los gatos


Me considero un innovador por haber transformado el llamamiento gatuno desde un frío "cuchito, cuchito" hasta un sensual "cushisho, cushisho". 
Cuando ando eufórico, alargo la segunda sílaba, a la manera de los cordobeses. De esta forma, en días de lluvia, ofreceré leche tibia en un platito declamando un "cushiiiiiiisho, cushiiiiisho".

No sé si los gatos me lo agradecerán. De cualquier forma creo que entienden todos los dialectos.

Me dicen que en Japón los llaman diciendo "niashu, niashu".

En Argentina debo llamarlos simplemente "mich, mich", por esa costumbre nacional del mínimo esfuerzo.

Ser gato en Argentina es ser felino, pero además puto. Por esto, decir "mich, mich" a viva voz tiene una implicancia peligrosa.

Chile, el paraíso de la desigualdad

Me cuesta imaginar que en otro país exista una clase política y empresarial más miserable que en Chile. Hablo de ambos en mi primera frase porque son esencialmente lo mismo. Un porcentaje abrumador de la clase política chilena proviene del mundo empresarial. Es su forma de infiltrarse y controlar las leyes y la preservación de sus privilegios. 

Tienen algunas características típicas o tranversales. Son sumamente clasistas y despreciativos con los que tienen menos poder que ellos. Son exclusivistas, viven en barrios alejados y más protegidos que si fuesen guarniciones militares. Son llorones cuando un político díscolo murmura la posibilidad de subir los impuestos. Son culturalmente rastreros por cuanto no se atreven a innovar ni valoran la creatividad chilena. Son mentecatos porque nunca han sido capaces de agregarle valor agregado a sus productos. Son mayoritariamente aprovechadores de sus trabajadores. Son expertos en eludir impuestos. Son huevones porque dejan que grandes transnacionales vengan al país y lo depreden todo y ellos sólo reciban una tajada menor. Son extraordinariamente ignorantes en temas culturales. Sólo recurren al Estado cuando necesitan que la policía antidisturbios les disuelva las huelgas.

 Durante los últimos meses y años y décadas han venido desplegando sus esfuerzos para que el salario de los trabajadores siga siendo de hambre. Según la versión de ellos, es necesario mantener un salario bajo para que los indicadores macroeconómicos sigan en orden, en especial para que no se dispare el desempleo en medio de un escenario de crisis global. Se plantea como positivo para los hogares porque es mejor tener trabajo a no tener nada y se argumenta como irresponsable solicitar ajustes más altos pues ponen en peligro a toda la economía

Sin embargo, para ellos no funciona ese peligro desestabilizador, por cuanto sus ganancias se acrecientan exponencialmente cada año, hasta el punto que hoy, un país poblacionalmente insignificante como Chile cuenta con varios multimillonarios en la lista Forbes.  De los parlamentarios, que actúan como la fuerza legislativa de choque de sus amos empresarios, no hay mucho que decir. Son sólo perros cuidando su hueso de 35 mil dólares mensuales por no hacer nada.

Este es el verdadero Chile, el país de la más vergonzosa injusticia social, donde las personas deben especializarse en el ejercicio de la bicicleta, es decir, para poder comer todo el mes deben usar tarjetas y más tarjetas de crédito y préstamos que paguen otros préstamos a tasas usureras en una postración que les lleva la vida entera.

 En Chile se ensayó este sistema en los años 80, y recién ahora pretenden implantarlo en España, en Grecia, en Italia. Ya lo están llevando a la práctica en Alemania. Conlleva la precarización del empleo, la reducción de los salarios, una legislación eminentemente antisindical, los préstamos bancarios a tasas usureras, la manipulación de la prensa, el uso y abuso a todo evento de la policía represora, la privatización de los servicios públicos y el repliegue del Estado protector. Es, en definitiva, la dictadura del gran empresariado.

Los hoyeros


No hace falta que llueva para encontrarse en numerosas calles chilenas con estas personas. Vestidos con suma dignidad, limpios y bien afeitados, se dedican a tapar los innumerables hoyos que adornan las calles de nuestro país.

Lo hacen con paladas de tierra que recogen a pocos metros. Cada uno de ellos puede llegar a tapar una cuadra entera de hoyos, para beneficio de nosotros, los siempre apurados locos del volante.


No son personas habituadas a pedir limosna ni nada por el estilo. En sus miradas llenas de nobleza y resignación se reconoce a padres de familia o ancianos que no encuentran otra forma urgente de llevar pan a sus hogares. Nunca estiran la mano ni exigen con agresividad una colaboración, sino que esperan en silencio, con la pala afirmada bajo sus manos, que algún automovilista les entregue una moneda.

Es la otra parte de Chile, aquella que nunca saldrá en las revistas de papel couché, ni en los noticiarios, ni en las guías turísticas. Aquella que tampoco aportará un problema al gobierno de turno y que no pedirá ni esperará nada de nadie, más que una eventual moneda de poco valor.

Clonación humana

Michel Houellebecq se refiere en elogiosos términos a la idea de la clonación humana:"Es una buena idea. Es otra manera de fabricar un ser humano. Luego, la personalidad se construye en torno a una historia individual. Así que si los dos seres son idénticos en un principio, luego habrá diversificación de caracteres. Habrá una individualidad creada por las experiencias y los pensamientos personales".

Quienes hoy se siguen oponiendo a la clonación humana (iglesias y extrema derecha) suelen tener sus propias ideologías apuntaladoras bastante a mal traer, casi como tejaditos de vidrio. De cualquier forma, aunque sigamos viniendo mayoritariamente al mundo gracias a la desprolijidad de un coito casual, pocos nos sentiremos verdaderamente congraciados con la existencia, y un tufillo a nadismo y prescindencia nos perseguirá tal como una nube negra persigue a un villano en una caricatura cómica.

No sé si valga la pena clonar a todo el mundo. Yo no clonaría a un especulador financiero ni a un religioso integrista ni a un dirigente político. Quizás clonaría a la soprano rusa Ana Netrebko. Qué mejor que imaginar un futuro plagado de bellas sopranos vociferando en cada esquina las delicias de la ópera.

Personalmente no le encuentro sentido ni razón a mi propia clonación. El mundo no necesita a otro pelmazo igual a mí.

Genética cultural


A veces siento nostalgia por cosas que nunca sucedieron durante mi vida. Tengo recuerdos de cosas que no hice, de experiencias en las que no participé, como bailar sobre la hierba o hacer el amor al borde de una montaña. También he sobrevivido a terremotos devastadores, he cultivado vides, he compuesto música, he sido un mercader exitoso, he traficado especies, he batallado, he viajado por lugares remotos haciendo camino al andar, y también he muerto muchas veces. Añoro tantos crepúsculos, como a personas a las que apenas logro distinguirle el rostro. Mis antepasados conocidos provienen de distintas partes del mundo. Algunos, quizás, siempre estuvieron aquí mismo.


¿Cuánto de esto es producto de mi sola imaginación? ¿Por qué he de sentir dolorosa nostalgia o alegría repentina sobre cosas que nunca sucedieron? ¿Qué tan influido estoy por mi propio bagaje cultural como para volver a fabricar nuevos contextos que ataquen mi emotividad? Recuerdo todo lo que he leído, todo lo que he visto, todo lo que he escuchado y sentido en mi propio cuerpo. Todo eso está bajo control. Pero hay recuerdos, sensaciones e imágenes difusas que están fuera de mi control. Simplemente afloran, a veces recurrentemente, a veces muy a lo lejos, y me lanzan baldones de agua fría. Porque lo malo me duele demasiado, y lo bueno lo añoro, lo quiero recobrar.

La genética cultural parece tener mucho sentido. Somos la suma inconsciente de todos nuestros antepasados. Todos ellos siguen viviendo a través de nosotros. Así seguirá siendo y a esa suma le agregaremos un nuevo dígito. La posibilidad de que esa ínfima huella personal perdure en la sumatoria del tiempo es lo que nos convierte en pequeños dioses.

Los locos de Malvinas

En Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, un grupo de excombatientes de las Malvinas viven en carpas roñosas. Son mayoritariamente del interior de país. Chaqueños, jujeños, salteños, mendocinos, riojanos, santiagueños, tucumanos, neuquinos. Están allí para pedir reconocimiento al gobierno de turno. Comparten mates, guitarrean, cuentan anécdotas. Están dispuestos a quedarse hasta morir, porque no tienen nada más que hacer en la vida.

En el mismo Buenos Aires, un veterano de la guerra de las Malvinas, vestido con su chaqueta de combate, desfila cada día desde General Paz hasta la Rotonda San Justo. De ida y vuelta.


Dictadores


Alfredo Stroessner, dictador paraguayo, visitó al dictador chileno Augusto Pinochet en septiembre de 1974. Fue la primera visita oficial para el régimen chileno, en ese entonces, condenado internacionalmente. 
 
En esa oportunidad, Pinochet lo nombró General Honoris Causa del Ejército de Chile. Previamente, en 1956, el general Carlos Ibáñez del Campo, entonces presidente de Chile, le había entregado la "Medalla Militar de Primera Clase", por lo que Stroessner era, en teoría, general de ambos ejércitos.

La comitiva se hospedó en el Hotel Carrera, frente al palacio de gobierno. El desorden de sus fiestas nocturnas, que incluyeron a militares paraguayos borrachos y abundantes prostitutas, llegó a tal nivel que los oficiales chilenos tuvieron que intervenir para detener el escándalo.

Iconografía racista en la Iglesia Católica. El caso de la beata Laura Vicuña.

Crecí contemplando las pinturas y estatuas de yeso que adornaban las iglesias católicas de mi ciudad. Algunas representaban a la Virgen María, otras a Jesús y el resto a distintos santos y beatos. Las personas les hablaban en voz baja y les rezaban como si esas estatuas tuviesen poderosos oídos para captar los susurros.

 Mi curiosidad de niño nunca fue capaz de preguntar sobre la razón de tal conducta pues percibía que a cambio sólo recibiría una buena bofetada.

Las estatuas estaban pintadas de tal forma que semejaban a personas blancas y rubias y todas tenían los ojos azules. Jesús era el más bello, quizás más bello que Brad Pitt o George Clooney, y su mirada proyectaba templanza y sabiduría. Nunca vi en las iglesias algún rastro indígena que no fueran las ofrendas de los fieles mestizos. ¿Pero, quién era yo para cuestionar ese rubicundo carnaval?

Beata Laura Vicuña idealizada.
Pero los años pasaron, me transformé en historiador e inevitablemente tuve que hurgar en los registros históricos que dieron origen a la cristiandad. Comprobé que Jesús era muy moreno, de frente angosta y pómulos salientes y que en lugar del paciente predicador de los caminos polvorientos fue un feroz ultranacionalista acometido de conflictos internos. El nórdico Jesús de mi infancia, el Jesús de la profunda mirada azul de Franco Zeffirelli quedaba destrozado por la evidencia histórica.

No hablaría de desengaño, sino de cierta ofuscación contra quienes oscurecen la verdad, contra quienes consciente o inconscientemente perseveran en el intento de hacer preponderar el ideal de hombre europeo sobre el resto del mundo. Se nos pide no que adoremos a Jesús sino al hombre europeo, el poseedor de todas las virtudes.

Un caso parecido sucedió no hace mucho en Chile. Una investigación histórica demostró que la beata Laura Vicuña, niña muerta bajo extrañas circunstancias el 22 de enero de 1904 y venerada desde entonces por los fieles católicos, no tenía en realidad el cuerpo alto y esbelto, el rostro pálido, los ojos azules, ni las facciones de una modelo de pasarela italiana, sino que era una pequeñita de rasgos indígenas y cabeza rapada.

Beata Laura Vicuña real.
 El rostro por el cual se conoce a Laura Vicuña no pertenece por tanto a la beata, sino que se trata de una pintura del artista italiano Caffaro Rore, hecha por encargo de unas salesianas italianas e inspirado en una niña europea de la época. Esto se hizo con pleno conocimiento del rostro verdadero de la niña fallecida.
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